En la República Dominicana, las cifras más recientes revelan una marcada transformación en la dinámica de las uniones legales. Por cada dos matrimonios registrados en el país, se reporta un divorcio, lo que representa un cambio significativo en los patrones tradicionales de vida conyugal. Esta tendencia no solo refleja una disminución sostenida en el número de matrimonios, sino también un incremento progresivo en la cantidad de separaciones legales.
De acuerdo con la información proporcionada por la entidad de registro civil, en el año 2023 se llevaron a cabo algo más de 38,000 enlaces matrimoniales, un número notablemente más bajo en comparación con los más de 47,000 que se registraron en 2018. Por otro lado, los divorcios han seguido aumentando, llegando a los 19,390 en ese mismo período, lo que indica que por cada dos uniones matrimoniales, hubo una separación.
Los expertos en cuestiones sociales y demográficas han identificado varios elementos que podrían estar influenciando este fenómeno. Entre los más destacados se encuentran las transformaciones culturales relacionadas con la percepción del matrimonio, la proliferación de nuevas formas de convivencia, y el aumento de las aspiraciones de independencia y realización personal, particularmente entre las generaciones más jóvenes.
El casamiento ya no se considera una responsabilidad social ni un paso esencial en la adultez. Numerosas parejas eligen convivencias sin formalidades o vínculos sin obligaciones legales, priorizando la afinidad emocional y la seguridad económica sobre los compromisos formales. Asimismo, el incremento de la presencia femenina en el campo laboral y educativo ha cambiado las expectativas de vida de pareja y ha ayudado a disminuir la dependencia económica dentro del matrimonio.
Los datos también muestran una distribución geográfica del fenómeno. En provincias como Santo Domingo y el Distrito Nacional, donde se concentra la mayor parte de la población urbana, los divorcios tienden a registrarse en mayor número. Esta realidad coincide con patrones globales observados en otros países de la región y en naciones industrializadas, donde la urbanización y el acceso a recursos jurídicos suelen facilitar los procesos de separación.
Por otra parte, los datos muestran claramente que la mayoría de las bodas y separaciones ocurren entre individuos de 25 a 45 años, un grupo donde predominan los adultos jóvenes y las parejas en fase productiva. Este rango de edad también presenta el índice más alto de disoluciones matrimoniales en los primeros años de matrimonio, lo que indica una baja tolerancia frente a los conflictos matrimoniales o expectativas insatisfechas.
El impacto de esta transformación social no se limita únicamente al plano sentimental. Tiene también implicaciones económicas, legales y sociales. Las disoluciones matrimoniales, por ejemplo, generan una carga en el sistema judicial y plantean desafíos en términos de custodia, manutención de hijos, y distribución de bienes. Asimismo, los expertos advierten que la reducción en los matrimonios formales podría afectar la dinámica demográfica, al influir en la decisión de tener hijos y en la estructura tradicional de la familia.
Ante esta situación, distintos ámbitos han comenzado a discutir la necesidad de actualizar las políticas públicas relacionadas con el fortalecimiento familiar, al igual que fomentar iniciativas de asesoramiento matrimonial y formación en habilidades emocionales que apoyen a las parejas en la gestión de los retos de la convivencia. Sin embargo, también existen opiniones que apoyan esta transformación como una muestra de mayor libertad y autonomía personal, señalando que la legitimidad de una relación no debería estar determinada solo por su duración o formalización legal.
Mientras tanto, el Registro Civil sigue ajustándose a la nueva realidad social, poniendo en marcha acciones para hacer más eficientes los procedimientos tanto de unión como de disolución legal, y simplificando el acceso a los servicios en todo el país. Esta evolución en las cifras matrimoniales refleja, en definitiva, una transformación en cómo los dominicanos perciben el amor, las relaciones de pareja y la convivencia en el siglo XXI.